Dedicado a Cristina Klein, luchadora infatigable y un gran ejemplo para mi.
Era de noche. Apareció en una carretera comarcal. A lo lejos, con la única luz de la luna llena, divisaba un pueblo que podría ser cualquier pueblo de la geografía de España.
No sabía como había llegado allí pero tenía que lograr regresar a su casa. Estarían esperándola para la cena de nochebuena.
Con la única compañía de la luna, empezó a caminar con paso lento, lleno de incertidumbre.
Al llegar a la entrada del pueblo vio algo que transformo su incertidumbre en angustia. Las farolas y el alumbrado navideño estaban apagados. Las casas cerradas. Nadie caminaba por las calle.
Después de un segundos de pánico decidió guardar su angustia en un rincón, tenia que mantener la esperanza.
Mientras continuaba caminando se decía a si misma que encontraría algo abierto. No podía ser que hubiera aparecido en un pueblo fantasma.
De repente, cuando llego a la plaza del pueblo, el alumbrado navideño se encendió y las puertas de las casas se abrieron. Salieron de ellas hordas de gente hablando entre dientes.
No entendía muy bien lo que decian pero entre el barullo le pareció entender que le deseaban felices fiestas sin dirigirse a nadie. Parecía un mantra de una religión desconocida.
Intento hablar con ellos para pedirles ayuda en la situación de apuro en la que se encontraba pero solo recibo empujones y buenos deseos navideños.
Un escalofrío recorrió su cuerpo, bloqueando toda su capacidad de reacción durante unos segundos.
Segundos, que sirvieron para que la gente se abalanzara sobre ella sin parar de mascullar sus buenos deseos para el próximo año.
Comenzó a gritar pero la horda no paro su avance. Intento respirar pero no pudo. En ese momento tuvo la certeza que esa era su última nochebuena.
LA SONRISA IMPERTINENTE 