El capitán de la revolución yacía en la playa agonizando.
La sangre de sus compañeros empapaba la playa haciendo que un paisaje bello se convirtiera en un espacio escalofriante.
Todo estaba perdido. La ley del Dios sordo sigue en marcha a pesar de su injusticia.
El capitán, en su último suspiro, miro al cielo pidiendo misericordia para los humanos. Pero nadie le respondió.
La humanidad seguiría sufriendo porque Dios no quería escuchar.